jueves, 10 de febrero de 2011

El día que aprendí a montar en bici...

De pequeño siempre me gustaron, siempre quise una, pero fué a la edad de solo tres años cuando por fín el sueño se plasmó en una bici naranja con motas negras con cinco marchas y dos platos. Para aquel niño que era, la bici era algo enorme e inalcanzable.

Pocos días su padre lo llevaba al parque para que aprendiera, casi no conseguia recorrer un metro sin caerse al suelo, pero se levantaba y seguía, incluso con las rodillas y codos ensangrentados.

Las ruedecillas de apoyo son para niños chicos le regañaba su padre viendo que el niño se las pedía, así que el niño volvía a caer los dos ratos que podía pasar en el parque. Sin ninguna indicación, golpe tras golpe contra el suelo el niño iba mejorando algo pero nunca consiguía dominarla.

El tiempo pasó, el padre perdió el poco empeño que tenia en que el hijo aprendiera, la bici descuidada pasaba cada vez más tiempo encerrada. Un día cuando el niño ya tenía cumplidos los seis años, le rogó a su padre llevarsela al campo en una de las salidas familiares. El padre aceptó a regañadientes, "si no sabes...", "si las ruedas están desinfladas", "si tiene el manillar torcido", etc. Insistiendo el niño se salió con la suya.

Una vez ayi, entre los saltos, las matas de hierba y las piedras, el niño intentaba mantenerse en equilibrio sobre la bici que de lo descuidada que estaba resultaba aún mas dificil aprender. Por alguna razón desconocida, tras un par de intentos, consiguió recorrer varios metros seguidos. Todo lleno de ilusión llamó a su padre para que lo viera, pero este andaba distraido y no le presto atención. Entonces llamó a su madre, que estaba preparando la comida, y tampoco le prestó atención al niño. Viendo que nadie se interesaba, el niño siguió paseando cada vez más metros seguidos, incluso se permitía alejarse sabiendo que nadie le prestaba atención.

Casi una hora después, la madre reparó en la ausencia del niño, cuando salió a buscarlo lo encontró esquivando piedras y rodeando los coches aparcados. Extrañada le preguntó al padre que cuando había aprendido y este sin creerlo se acercó para verlo con sus propios ojos.

El día que aprendí a montar en bici, no solo aprendí a controlar lo que en adelante sería mi medio de transporte sino que también aprendí que no necesitaba ayuda ni atención de nadie para cumplir cualquier sueño que tuviera.

En casi veinte años esa bici se cambió por una más grande, por un viejo ciclomotor, por un nuevo ciclomotor, por una motocicleta de baja cilindrada y finalmente por una enorme moto deportiva. Pero aún recuerdo aquel día como el más feliz de mi vida y se que lo que aprendí aquel día no se me olvidará en la vida.

El niño del Tiempo Perdido.