viernes, 20 de mayo de 2011

El errante...

Un hombre que humildemente, tenía una vida simple. Solo le importaba su casa, sus pocas tierras y su mejor amigo que era su perro. Este hombre sedentario y conforme con su vida pasaba los días uno tras otro sin importarle el tiempo.
Un trágico día, un fuerte temporal arrancó de cuajo su más preciado árbol, con tal mala fortuna, que destrozó su casa, la lluvia creo ríos de barro que dejaron inservible su cosecha. Ese hombre, desolado frente a los escombros de lo que significaba toda su vida, decidió que no iba a sentarse a lamentar ni un segundo su situación.
La mañana siguiente, cortó el tronco de la causa de su ruina, se lo echó al hombro y partió con su perro hacia la ciudad. Vendió sus tierras encharcadas en barro por lo que le dieron por ellas, y con el dinero en la mano buscó al mejor luthier de la zona quien le fabricó un instrumento de cuerda según sus propias exigencias, a regañadientes, puesto que ese luthier nunca había creado instrumento de tal forma.

Entonces el hombre partió, con solo la compañía de su perro y todo su pesar. En cada ciudad que visitaba, tocaba música para sacar lo suficiente para comer. De cada sitio que paraba añadía un detalle a su instrumento, y así pasaron los años. Aunque el hombre no había pasado la franja de los treinta años se sentía desgastado por los viajes, pero no perdía la sonrisa.

Un día su cuerpo no pudo más, cayó enfermo y se lo llevaron al médico de la ciudad. Y mientras que el perro y su instrumento esperaban en la plaza, estos llamaron la atención de alguien. Varios picaros ladrones intentaban llevarse el llamativo instrumento, pero el perro aunque no aparentaba ser fiero defendía la propiedad de su amo ferozmente.

Una joven que pasaba por allí, observo como los picaros lanzaban piedras al perro para conseguir asustarlo y robar la pieza. El perro lejos de asustarse recibía cada golpe de piedra en su cuerpo. La joven se apresuró a ahuyentar a los picaros e intentó cojer al perro que yacía dolorido. Pero este no quitaba la vista del llamativo instrumento y no dejaba que se lo llevasen. Por lo que la joven se lo colgó y sujeto al perro con sus brazos hasta su casa.

Después de algunos días, la joven apreció que el perro seguía intranquilo como si le faltara algo, por lo que decidió colgar el instrumento en su ventana con la idea de que alguien conocido se fijará y conociera al perro. Tras la salida del hombre recuperado, fue a la plaza y no halló lo que buscaba. Vagó por las calles hasta que se topó de bruces con la casa de la joven. Entró a preguntar, en el momento que el perro vio a su dueño se abalanzó hacia este, la joven no había visto imagen igual en su vida. Tras dar las gracias a la joven el hombre se despidió de ella, pero la joven tenía una duda más, quería saber que sonido tenía ese instrumento tan exótico. El hombre agradecido por todo lo que había hecho aquella joven por él, se sentó para tocarle la mejor canción que pudo.

La leyenda cuenta la canción de aquel hombre errante fue tan perfecta que nunca se volvió a levantar de aquella silla, dicen que a pesar de todo lo que ocurra (aunque no tengas internet incluso y no te des cuenta de que tu eres la joven) todavía se oye el susurro de la melodía de aquel instrumento en la noche....

El Caballero del Tiempo Perdido.

jueves, 5 de mayo de 2011

El Reloj....

Y aquí estoy de nuevo, sentado sobre el sillón de mi salón. En él reina el silencio, tanto que, hasta se percibe el sonido del segundero de mi reloj.

Y ¿qué estoy pensando? No sé, solo cuento segundo a segundo, segundos que faltan para verte. Segundo a segundo se pasa una vida. Segundos muestran lo importante que es el tiempo. Desde siempre intentamos controlarlo, con mayor o menor éxito. Deseamos poder congelar un segundo o deseamos poder acelerarlo en algunas ocasiones.

Relojes de todo tipo cuentan los segundos, de formas distintas, desde tiempos ya olvidados. Segundo a segundo dividimos la parte de tiempo que nos corresponde en la vida, porque el tiempo es tan inmenso que lo dividimos en trozos pequeños en un vano intento por controlarlo.

Porque, sólo necesité un segundo para saber que no dejaría de pensar en ti cada segundo. Porque cada segundo que pasa quiero estar cerca o dentro de ti. Porque cada segundo que pueda te lo dedicaré a ti.

Todo ello, porque te quiero, Azul...

El Caballero del Tiempo Perdido.